Los cerdos de Cuori Liberi: reaccionar al trauma político

la polizia al rifugio cuori liberiLos cerdos de Cuori Liberi: reaccionar al trauma político

(testo originale italiano qui)

Es Los cerdos de Cuori Liberi: reaccionar al trauma políticomuy difícil escribir, prácticamente en caliente, después de lo ocurrido el 20 de septiembre en Sairano, en la provincia de Pavía. Desde hacía quince días pendía sobre el proyecto Cuori Liberi (Corazones Libres), santuario de animales rescatados de la explotación, una orden para sacrificar a los cerdos que allí se encontraban; activistas de todo el centro y norte de Italia vigilaban la zona día y noche. Ya habíamos rechazado un intento de hacer cumplir la orden, el viernes anterior, encadenándonos a las puertas del refugio, pero esta vez los antidisturbios llegaron en masa, decididos a desalojar el lugar para permitir que los veterinarios de ATS (Agenzia di Tutela della Salute) ejecutaran la orden.

Para procesar, al menos parcialmente, este trauma, solo puedo hacer un esfuerzo por reconstruir el suceso y tratar de articular algunas consideraciones, con la lucidez que permiten las difíciles circunstancias. En primer lugar, ¿por qué esta orden? El antecedente es que la peste porcina africana (PPA) ha llegado, como se temía desde hace tiempo, a la ganadería intensiva, concretamente a la zona del Zinasco, donde la concentración de cerdos es impresionante: 200-300 mil en una parte de la provincia de Pavía, más de 4 millones en Lombardía (la mitad de los cerdos criados en Italia).

La PPA es una enfermedad no transmisible al ser humano, pero muy contagiosa y letal para los suidos (cerdos y jabalíes). La Unión Europea e Italia se han movilizado para combatirla con una auténtica declaración de guerra a los animales salvajes, desatando asociaciones de caza para diezmar a los jabalíes en los bosques, y llegando incluso a firmar decretos que piden el uso del ejército junto a los cazadores. Todo ello, evidentemente, para salvaguardar la ganadería intensiva, es decir, un sector estratégico que se basa en una violencia atroz y constante contra sus presos y en un impacto medioambiental que ya es innegable. De hecho, es la propia ganadería la responsable de la propagación de la PPA en la zona de Pavía, un área en la que los campos están continuamente esparcidos de aguas residuales procedentes de la industria porcina y en la que el movimiento de animales sacrificados o destinados al matadero es un hecho cotidiano.

La solución de las instituciones es contener los brotes surgidos desde principios de agosto sacrificando a todos los cerdos de las granjas donde se han detectado casos. Hasta el momento se han sacrificado más de 30.000, utilizando métodos que se han hecho públicos gracias a una investigación de la asociación Essere Animali: contenedores llenos de cerdos utilizados como cámaras de gas, con una serie de preocupantes violaciones de las normas de bioseguridad que se supone que deben contener los brotes. En este contexto, en el que se activan todos los protocolos de emergencia para defender una industria mortífera y deletérea para el cambio climático, la PPA llega, por desgracia, al único lugar de la zona donde los cerdos viven sin estar amontonados y, sobre todo, no están allí para ser explotados.

El refugio Cuori Liberi (Corazones Libres), de hecho, como tantos de la  Rete dei Santuari di Animali Liberi y otros (como Ippoasi y Alma Libre), hospeda a animales de diversas especies rescatados del circuito de la industria cárnica, láctea y de huevos. Los cerdos que viven en las instalaciones no se crían: se cuidan. Cuando enferman, se les cuida y, en casos extremos, se les acompaña hasta la muerte rodeados del afecto y la atención de sus seres queridos.

La realidad de los refugios/santuarios italianos ha celebrado recientemente una victoria nada desdeñable, el reconocimiento legal. Con este paso fundamental, se reconoce la diferencia con las granjas de cría y su lógica de producción: en los refugios, los animales ya no son formalmente “DPA” (animales de producción destinados a consumo humano), sino que se equiparan de algún modo a los animales de compañía. Y, observando la relación entre los humanos que dirigen Cuori Liberi y los no humanos que viven allí, la situación no parece en realidad muy diferente de la relación que muchos humanos tienen con “sus” perros y gatos (o mejor dicho: de aquellas relaciones entre humanos y mascotas que consiguen ser más genuinas e igualitarias).

Pero este reconocimiento, en plena emergencia sanitaria, parece pasar a un segundo plano. La Región de Lombardía ordena el sacrificio de todos los huéspedes del refugio, tanto enfermos como sanos. Nos movilizamos inmediatamente, vigilando día y noche. Todos los intentos de negociación o de resolución legal parecen fracasar. Al cabo de una semana, se presentan para sacrificar a los cerdos, pero se encuentran con gente encadenada a las puertas y decenas de activistas que se apresuran a mostrar su solidaridad fuera. Pasan unas horas y se marchan. El 20 de septiembre vuelven a la carga y no tienen problemas para despejar el bloqueo con porras y puños americanos. Muchas personas identificadas, heridas; sobre todo ocurre lo que nos temíamos. Se abre la verja, también bloqueada por algunos tractores, y se permite la entrada a los veterinarios de ATS para matar a los 9 cerdos que sobrevivieron a la plaga, en su mayoría aún sanos y sin síntomas. Matados prácticamente delante de nuestros ojos mientras el Estado muestra toda su fuerza para domar la rabia que está estallando. Y, sobre todo, asesinados delante de sus parientes humanos. Algunos funcionarios se ríen, mientras nosotros lloramos. Un veterinario se carcajea. Cargan los cuerpos sin vida en el camión delante de la multitud. Mientras tanto, el repertorio habitual de insultos sexistas a las chicas, de insultos capacitistas a los que se resisten. Una cruel lucidez en la gestión del desalojo, en la que las risas golpean más fuerte que las porras. A pesar de haber vivido situaciones más atroces de violencia policial, ninguna fue tan cruel como ver cómo arrastraban a personas a las que solo les quedaba el cuerpo para proteger a los cerdos condenados a muerte.

Cantan “Bella ciao”, quizá con un amargo deseo de continuidad con las historias de resistencia humana reconocidas y celebradas por una izquierda todavía demasiado antropocéntrica: una continuidad que nos gustaría pero que desgraciadamente no existe, salvo en nuestros corazones, porque aquí solo hay antiespecistas, como siempre. Un puñado de gente un poco loca. Es un momento de luto, pero también de rabia. Tras “Bella ciao”, llega el momento de “Tout le monde déteste la police”: aquí la continuidad es quizá más real, nos la ofrecen en bandeja, repeliéndonos con sus escudos, llevándose a gente al azar, impidiendo el paso de la ambulancia para socorrer a un compañero, identificando e intimidando a los activistas que estaban en urgencias. Se van después de violar de todas las formas posibles las normas de bioseguridad en nombre de las cuales estaban allí, mientras nosotros hacemos todo lo posible para no propagar esta enfermedad. Lloramos y nos abrazamos.

Es un shock. Lo fue desde el primer momento, porque esa orden ya era un precedente peligroso. Pero lo es aún más ahora que se ha hecho cumplir. Pueden entrar en un refugio y matar a quienes viven allí. Solo la lucha, solo nuestros cuerpos pueden impedirlo, y esta vez no han sido suficientes. ¿Cuándo será la próxima vez? Me gustaría entender este trauma que nos ha paralizado. No solo tenemos ante nuestros ojos la masacre. Una activista me dice que nuestro movimiento es “naturalmente” más radical, que “cuando perdemos matan a alguien”. Es cierto, y por eso estábamos dispuestos a todo. Pero empiezo a pensar que hay algo más que eso.

Se trata de un trauma totalmente liberal, una bofetada a nuestras creencias sobre los derechos mínimos en democracia. En teoría, sabemos que no es como nos lo cuentan: el Estado liberal no garantiza realmente libertades formales como la de no tener a la policía en casa. Sabemos que la democracia, cuando es necesaria, se convierte rápidamente en fascismo. Pero en el fondo hemos interiorizado que, al menos si tienes el privilegio de la piel blanca y la ciudadanía italiana, hay límites. Verlos traspasados en pocos días es un shock. En cierto modo, es un shock similar al del comienzo de la pandemia, cuando -más allá de la opinión que uno quiera tener sobre los méritos de las medidas gubernamentales- de repente nos encontramos con el ejército en las calles y la “sagrada” libertad de movimiento (sagrada solo para los ciudadanos de pleno derecho, como ya he dicho) fue dejada de lado. La verdadera cara del Estado puede verse en ciertos casos, y como antiespecistas deberíamos saberlo mejor.

Pero ahora se declara: esto es lo que están dispuestos a hacer para salvaguardar un sector económico insostenible. Pueden entrar en domicilios privados y matar a quienes viven en ellos. El refugio, de hecho, es más un hogar privado que un lugar público. El refugio es una familia multiespecie. Y la comparación con los animales domésticos (“tarde o temprano vendrán y matarán a los perros de las casas”), que hasta ahora utilizábamos como recurso retórico, ya no es tan fantasiosa. Otro elemento de este trauma político: no hay lugares seguros. Esto es lo que siempre habíamos pensado de los refugios/santuarios: lugares seguros, oasis de paz para refugiados que llevan impresas en sus cuerpos las heridas de un pasado de esclavitud. ¿Cuál será el próximo lugar seguro? ¿Cómo responderemos?

Me pregunto incesantemente cómo hemos respondido. Si hemos hecho lo suficiente, cuáles son las relaciones de poder, qué significa esta movilización de emergencia. De hecho, desde hace algún tiempo, el movimiento antiespecista produce sobre todo respuestas a las emergencias. Al hacerlo, las politiza y expone las contradicciones de un sistema de producción antropocéntrico, neocolonial y extractivista. Pero permanece en la emergencia. A la que responde con una determinación y una desesperación que el enemigo no alcanza a comprender, lo cual es bueno. Y lo hace dándole la vuelta a la tortilla, en algunos aspectos. Menciono dos elementos que me llamaron la atención en este sentido. El primero es el protagonismo político de los refugios/santuarios, que hace años eran, para el movimiento, lugares dedicados exclusivamente al cuidado de animales rescatados, quizás por el “movimiento que cuenta” (las asociaciones, las campañas contra la vivisección o las pieles, el Frente de Liberación Animal). No se esperaban posturas, reflexiones, interseccionalidad.

Todos ellos elementos constitutivos de muchos refugios actuales. De hecho, podemos decir que la fuerza motriz, el corazón palpitante del antiespecismo, hoy en día, son los refugios. El segundo es el colorido de género de la movilización. Durante quince días, la resistencia a la ATS y sus matones ha estado animada principalmente por compañeras y dirigida por compañeras. Tal vez esto escandalizó a algunos hombres cishet, pero hay que decir que ya era hora, en un entorno en el que el componente femenino siempre ha sido mayoritario, pero la dirección es masculina. La respuesta inmediata al choque también desbordó la teoría antiespecista, que se vio superada por los acontecimientos en un abrir y cerrar de ojos. Y así, personas que se creían divididas por diferencias teóricas se encontraron unidas y cercanas en una hermandad desesperada. Gracias a los que estuvieron allí, cada uno a su manera. Todos llegaron como pudieron, como debían, pero algunas ausencias fueron amargas.

Locandina del corteo del 7 ottobre 2023 a Milano per i rifugiPero, claro, el duelo hay que procesarlo y para procesarlo hace falta luchar, no solo responder a los ataques, sino atacar. Y hacen falta cómplices, sobre todo en los movimientos ecologistas, que en algunos sectores han captado la importancia de esta batalla. Una vez más, como con la covid, el capitalismo especista genera enfermedades, las cultiva en los montones de cadáveres de animales donde domina el lucro, y luego no sabe cómo gestionarlas, no sabe cómo contenerlas, salvo echando la culpa y las cargas a quienes no tienen nada que decir al respecto: los grupos vulnerables, los pobres, los trabajadores, los jabalíes, los cerdos. En la zona donde se han sacrificado 30.000 animales, hay diez veces más cerdos. En el valle del Po, en algunas grandes zonas de Lombardía y Emilia Romaña, la población animal de las granjas supera a la humana. Y los campos que rodean el refugio Cuori Liberi (Corazones Libres), que he conocido en los últimos días, son literalmente un infierno. Las aguas residuales, el olor, los suelos devastados por agentes químicos y rodeados de campos de concentración para cerdos recuerdan constantemente a nuestros sentidos un tufo a muerte que hemos aprendido a ignorar frente a la loncha de salami del supermercado de la ciudad.

Este luto nos acompañará, a partir de hoy, en todas las luchas venideras.

Pumba, Dorothy, Ursula, Bartolomeo, Carolina, Mercoledì, Crusca, Spino, Crosta: sentimos no haberlo conseguido.

Puppy Riot

*Contra la represión de los refugios antiespecistas, la Rete dei Santuari di Animali Liberi organiza una marcha nacional el 7 de octubre en Milán.

Para más información, sigue las redes sociales de Rete dei Santuari di Animali Liberi

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